la montaña

                                                                    
Pasan los días y no amanece.
JOSÉ ANTONIO LLAMAS


los cegase la nieve y destruyera
si habiéndola mirado no escuchasen
precedida del silencio a su hermosura.

Cuán sigilosos son los pasos del que huye
porque su tierra es pobre y sueña con el júbilo
de regresar un día entre banderas.

Campos de Balouta, país del abandono,
donde llueve obstinada una lámpara de nieve
y pastorea la luz a sus relámpagos.

Esta es la casa de tu padre
la tumba del padre de tu padre
y tuya será cuando regreses.

Oh, párpado de la miseria,
abre tu corazón y míranos,
cuerpos de un único pánico
reunidos por el fuego.

Amarga noche de la tierra,
apagada ceniza de unos ojos
que soñaron el fulgor de la mañana
y el agua de la vida desconoce.

Este es el roble fin de los humildes,
los que hablan de Dios a la intemperie
y han visto arder roja la nieve.

Nada han tenido bajo el sol,
la vida la escribirán con su nombre en una lápida.

Ellos han muerto sin saber
que tras los desvalidos campos florecen jardines
donde las muchachas tocan el sistro.

Su misterio era el mar,
ahora crecen lirios de sal contra la aurora.
Pero tú no amarás la flor de esta pobreza.
Por la tarde de octubre pasa un hombre,
lleva una blanca liebre palpitando.